Esta es la traducción al castellano del texto ‘Personne’, que escribí en francés y que se encuentra en mi sitio web. Siento no poder escribir como se debe en ese idioma maravilloso que es el castellano y si hago este elogio sincero del castellano, quedará claro, espero, que es para disculparme de los errores gramaticales monstruosos que se encontrarán en el texto. Pero lo escribí con amor, y es con amor – y yo ni lo sabía - que Dalila Correo hizo una primera traducción que me mandó, insistiendo en que la leyese, corrigiese y publicase. Y es por amor que hice lo que me impone la suave ley de la gratitud y de la reciprocidad. Pero quisiera agradecer también a Marta Martín Mediavilla quien, revisando el texto de Dalila, hizo unas últimas correcciones juiciosas.

Estimado amigo, la vida que me ve llevando en este momento podría acabar en pocos segundos. Después empezaré una nueva vida. Esa es mi desgracia. Basta que alguien me llame, dándome un nombre, para llamarme a una nueva vida. Es por eso que voy vagando de un cuerpo a otro. Le tengo confianza, y le pido: acépteme como soy, vulnerable, perdido, abrumado por la desgracia e incapaz de explicar la causa. Pero usted sonríe, subestimando mi desgracia. Usted sonríe. A pesar de toda su amistad hacia mí, nunca llegará a sentir la más mínima partícula de mi desgracia. Si yo insistía en que usted viniese aquí, es porque tengo una pregunta inquietante para su consideración: ¿quién soy? Déjeme contarle una anécdota, que le parecerá insignificante, pero que permitirá aclarar la naturaleza exacta de mi miseria.

Cuando estuve en viaje de negocios en Londres, un Señor, miembro de la Cámara de los Lores, se acercó a mí, me sonrió como si fuera su colega, mientras que por la derecha se me acercaba un escocés, reconociéndome a mí como escocés; al mismo tiempo un irlandés me golpeó gentilmente en el hombro. Este último, que fue detenido de inmediato, confesó a la policía que creyó ver en mí a un pariente lejano, nacido en su propio pueblo, y, como él, dispuesto a hacer cualquier cosa, incluso actos de terrorismo, para defender a su país.

La gente siente un placer perverso al confundirme con otras personas. En los EE.UU. siempre me llaman Señor Nolt. No sé quién es ese señor Nolt, pero sin embargo imito a la perfección su comportamiento y me entrego a su único placer: cada día tomo un vuelo para surcar su inmenso país. Un día me desperté en una habitación de hotel. Puesto que me había olvidado de quién era, llamé a la recepción. Tan pronto como dije el número de mi habitación, me llamaron señor Liebe, dándome la bienvenida a Hamburgo. Si por casualidad viajo por los países del norte de África, me llaman señor Benichou y me tratan con todas las consideraciones debidas a un miembro de la familia real.

Da risa, lo admito. Y si esto no se repitiera tan a menudo, creería, como usted, que tengo una imaginación hiperactiva o que es una broma de mal gusto. Sin embargo, todos estos hechos que le he contado son ciertos. Así que, por favor, deje de sonreír. Su sonrisa me duele.

En el momento en que alguien me habla y pronuncia un nombre, ese nombre me moldea como si me hubiera pertenecido de nacimiento. Al parecer, ninguna identidad me perturba. Fui un Lord en Londres, un campesino de Moravia, un prelado polaco, un bibliófilo en Ámsterdam, un poeta en Lisboa, un trabajador en Manila, un taxista en Madrid y en cada lugar me encuentro rodeado de una familia, de colegas o compañeros de fatigas.

Esta vida podría ser vista como gratificante y muy satisfactoria, si fuera mía. Pero me la impone una fuerza desconocida. Este es uno de los defectos de mi vida: no la controlo, se renueva constantemente; vivo bajo la influencia de una lógica que se burla de mí y desprecia mi gusto por una vida tranquila y silenciosa en un solo lugar.

Un día me pregunté: si soy todas estas personas que se suponen conocidas por los que las nombran, ¿es que comparto entonces su pasado? Me di cuenta de que no conocía su pasado, de que sólo compartía su conducta. ¿En realidad, qué era mi pasado? No tenía pasado. Mi pasado era una serie de cortes de vida sucesivos, robados de los que me habían prestado su nombre. Luego me hice otra pregunta: ¿dónde están, estas otras personas, cuando las alejo, tomando su lugar? Existen, las desalojo; pero entonces: ¿dónde se refugian, dónde se esconden, y de dónde emergen cuando regresan a su identidad usurpada? ¿Por qué no se sublevan contra mí? La gente me recibió como un amigo; a veces me encontré ignorado, humillado, despreciado, disfrutado, aplaudido o elogiado, pero nadie me llamó impostor. Sólo existo a través de los nombres que recibo de los otros. Cada vez que soy otra persona, lo soy en su forma más limitada, como un amnésico que sólo se alimenta del presente.

De ahí mi pregunta: ¿Quién soy yo? Le oigo decir, con ese tono de voz amable que le conozco:

"He respondido a su llamada, pero me molesta que me haya escrito: 'Venga aquí, a la esquina de la calle donde nos reunimos hace unos dos meses por primera vez. Es a partir de esa reunión que comenzamos a vernos. Venga, se lo ruego, deprisa, en nombre de la amistad. Su amigo.’ Esa carta suya me perturbó. ¿Se ha olvidado? ¿Cómo, dos meses? ¿Sólo dos meses? ¿Es una broma? ¡Somos amigos de la infancia! Pero soy su amigo, y por lo tanto no tengo ninguna duda. Asumo nuestra amistad, me apresuré, dejando mi negocio. ¿No es esto una prueba irrefutable de que usted es realmente mi amigo? "

No, esto no es suficiente. Esto no prueba que soy realmente su amigo. Esto sólo demuestra que usted ve en mí a su amigo, por lo que usted está equivocado. Escribí ‘su amigo’ en la parte inferior de la pequeña nota que le escribí porque sabía que esa palabra le llamaría la atención. Pero necesito pruebas más tangibles de nuestra amistad que su confianza en mí. Necesito más que esa palabra, que para mí es una cáscara vacía. Yo mismo llevo un vacío en mí. Soy su amigo, y no lo soy. Soy un reflejo pasajero de la amistad, un revoltijo de elementos temporales, externos, que consisten en cabeceos, en una voz ronca o suave, en una manera de hablar persuasiva o lenta, una cara desgraciada o llena de amenidad. En unos minutos o unos pocos días (esto no lo puedo predecir), mis pies me llevarán lejos de usted, a un lugar donde, a raíz de una ley inexorable de la naturaleza y que me persigue como a un delincuente, llevando un nuevo nombre, cambiaré de aspecto; me convertiré en otra persona. Y esta persona será ajena a la persona que yo encarnaba el segundo antes de nuestro primer encuentro. Yo, que hoy soy su amigo, mañana seré, quién sabe, su enemigo. Todo esto dependerá del nombre que alguien me dará cuando me dirige la palabra.

Usted insiste en invocar el pasado que compartimos, insistiendo en que somos ‘muy buenos amigos desde hace años’. Me recuerda que he analizado, neutralizado mi juventud triste y agitada, que me puse de pie, haciendo caso omiso de los insultos y del sufrimiento que tuve que aguantar, que me hice a la idea de seguir adelante hacia el futuro con confianza, sin embargo temiendo el límite de ese futuro, que será mi muerte. Todo esto no me preocupa. El dibujo que me ha dado de mi juventud, aunque fuese verdadero, no me impresiona más que si me hubiese contado la vida de un rey famoso, gobernando sobre un reino enterrado en el olvido. Llevo un nombre ficticio. Encerrado en un cuerpo que no es mío, me he apropiado una identidad imaginaria. Tengo un pasado prestado que es desconocido para mí y del cual, lo que usted me dice me permite cosechar pequeños fragmentos. Y tengo un futuro lleno de temores y proyectos sin ser plenamente consciente de lo que es. ¡No, por favor, no me diga que las particularidades de mi carácter, que mi dinamismo sin par le dejaron tan impresionado! Tenga en cuenta que si, desde ese día en que nos conocimos, en varias ocasiones me he sentido hiperactivo, anhelando un futuro lleno de desafíos, casi colmado de orgullo anticipativo; esos sentimientos sin embargo carecían un objetivo y buscaban en vano una meta a alcanzar. Estaba inquieto y febril, pero no sabía de dónde me venía esa agitación y no pude ver su utilidad. Veía una sola luz, brillante, ella sola era mi futuro. Soy el hombre ciego que abre una puerta, de pronto recupera la vista y, deslumbrado por la luz que incide de repente sobre sus ojos, ya no ve nada; anda a tientas, tocando un mundo sin imágenes; repelido por lo que ve cierra la puerta, prefiriendo retirarse a la oscuridad que es más familiar que el resplandor que le impide discernir los objetos de la habitación en la que entra y vivirá.

Así, querido amigo, entro en un cuerpo nuevo cada vez: cuanto más lo descubro, más se convierte en un cuerpo extraño; cuanto más desaparece la oscuridad que rodea mi pasado, menos veo. Yo soy un ávido viajero que quiere conocer y explorar cada piedra, cada grano de arena, todos los aspectos de la historia de la ciudad que visita, pero que está obligado, por algún genio maligno, a unas visitas apresuradas que lo dejan insatisfecho. Esta ciudad, la dejo a disgusto. No gozo de la plenitud de la vida: me proporciona un placer reducido, fragmentario, y eso es lo que a veces me impulsa a querer encontrar ese nada que tiene que haber existido antes del comienzo de mi vagar de un cuerpo a otro. Y creo, en mis horas más oscuras, que esta vida errante que llevo, sin pasado, sin futuro, esta vida limitada a un presente aleatorio y que no escogí, apretujado en un cuerpo que nunca es mío, es el vacío real en lo que vivo.

Usted me pregunta, ansioso, sincero: "¿Por qué? ¿Por qué me dice esto? ¿Qué es?" Le siento infeliz de verme infeliz, y esto es una prueba que me quiere. No puedo dudar de su amistad. Pero no le puedo contestar. Déjeme que le cuente cómo he llegado allí. Cómo, después de haber sido amigo de, probablemente, decenas, si no cientos de personas, finalmente me convertí en el suyo. Me gustaría sinceramente poder afirmar sin mentira: sí, soy su amigo de la infancia. Déjeme decirle: he sido cobarde, he sido valiente, he aquí mis debilidades, mis puntos fuertes, mis resentimientos, mis gustos. Quisiera revelarle mis intenciones, los descubrimientos que hice en mi pasado, decirle, con una mezcla de vergüenza y de orgullo: así es como me convertí en quién soy yo ahora, aquí, delante de usted, el hombre que usted quiere. Me convertiría en el hombre que nunca he sido y nunca llegaré a ser: un hombre completo, verdadero, teniendo un pasado, soñando con un futuro, rodeado de personas que lo han visto evolucionar y lo ven como un hombre en su totalidad. Este hombre, nunca lo seré.

Me gustaría poder contarle, con todo detalle y dirigiéndome a usted con la connivencia de las personas que se conocen desde hace tiempo, tal o tal incidente o historia en particular que explique cómo y cuándo empecé a olvidar quién soy. Quisiera contarle la toma de conciencia lenta, ineluctable o fulgurante de mi pérdida de identidad. Debe haber sido un momento en que salí, por así decirlo, o más bien, fui extraído del cuerpo que era mío, para navegar en otro. Pero no recuerdo cuándo sucedió, y también me pregunto si alguna vez tuve un cuerpo que me pertenecía en realidad.

Me gustaría poder acusar a otra persona, a mi alma o a un fracaso psicológico de lo que me pasó. Esto serviría como una salida para mi desgracia. Sería de gran ayuda para comprender mi dolor, que es peor que el sufrimiento, peor que cualquier tipo de desgracia que puede suceder con el hombre en esta tierra. Esto me permitiría adaptarme a su forma de pensar, en el que todo tiene su causa, toda causa su efecto. Empezaríamos juntos a hurgar en mi pasado para encontrar los signos de lo que usted cree ser cualquier dolor, similar al suyo, o una enfermedad, o en el mejor de los casos, un ataque de locura. Pero no puedo. Usted buscaría, y yo no le ayudaría.

¿Dónde, cuándo, cómo fue que perdí esa cosa que usted y sus amigos - sí, por supuesto, usted y mis amigos, como usted dice -, cómo he perdido lo que nuestros amigos toman como evidente? ¿Por qué he perdido mi identidad? ¿Soy el único que la perdió? ¿La deseé en secreto, esta pérdida, la que ha provocado, poco a poco, mi andar de una persona a otra? Ya experimenta usted menos ansiedad, frunce el ceño, hace una seña de aprobación con la cabeza y me dice: "Sí, hay que cavar esta pista. Este es el razonamiento a seguir." Se equivoca. Llevo la vida que vivo y no hay ninguna razón por la que sea así. No podría vivir de otra manera, y eso es todo. No tengo nada humano, aunque pueda parecerle un amigo, un confidente, un hombre como usted. Puesto que puedo encarnarme en un cuerpo joven o viejo, escapo a esta ley del envejecimiento, de la decadencia y de la muerte que golpea a los que suplanto. He visto reinar y pasar modos de vida, he visto imperios que se derrumban, pero eso nunca me llamó la atención ni me chocó tanto como esta única pregunta que queda sin respuesta: ¿Quién soy yo?

Esto es lo que construye la desgracia de mi vida. Me ofrecen un libro que de inmediato me retiran; me dejan el tiempo justo para navegar, leer unos cuantos párrafos y nunca sabré lo que comienza o termina. Cada vez que se abre una nueva vida en mí, sólo puedo leer estos párrafos, antes de eclipsarme de esta vida con pesar; desearía no haber accedido jamás a esa vida, porque de hecho, nunca me perteneció.

Mañana ya me despediré. Estaré con usted, pero ya no seré suyo. Usted creerá verme pero me habré ido, justo en el medio de una conversación en una esquina de la calle, detenido por un transeúnte que se acercará de mí diciendo mi nombre. A usted, le daré la espalda para hablar con esa persona y usted ni siquiera lo notará, porque su amigo finalmente estará de vuelta. Ese amigo le hablará. Seguirá hablando, terminando mi frase, imitando mi sonrisa, arqueando la espalda e irguiéndose discretamente, como lo hago yo ahora, para remediar el dolor que tengo. Y yo estaré hundido en la multitud de gente que nos rodea y cuyos pasos resuenan en mí: caminaré como el hombre frío y despectivo que ahora nos echa de menos sin mirarnos, ese hombre que cree que no nos conoce y que nunca su vida estará conectada a la nuestra. Seré ese hombre sentado en un banco en el pequeño parque a los pies de la iglesia, llevaré uno de los coches en este bulevar, me encontraré cerca del mostrador de ese bar que se ve allí, aturdido por la fatiga y las molestias, bebiendo una copa de vino fresco para consolarme, perdido en el cuerpo de otro, como lo estoy hoy, encerrado en el cuerpo de su amigo.

Usted me pregunta, con una mirada asustada: "¿Pero quién es usted? ¡Usted me ha escrito esta carta, entonces me conoce! ¿Y pretende lo contrario? ¿Quién es usted, no es usted mi amigo? "

Se olvida de que yo vivo una vida sin ataduras y sin dirección. Ámeme, no como persona sino como un ser que no se conoce, que nunca sabrá quién es, y que a cada momento piensa: "Se empeñan en hacerme creer que soy tal o cual persona; no lo soy; valgo menos que un impostor que tiene la ventaja de esconderse detrás de una verdadera identidad que asume, en realidad yo no soy nadie. "

Esto es de lo que quería hablarle urgentemente. Ámeme, de inmediato, ahora, sin esperar un segundo más, sin reservas, no a pesar de lo que le dije, pero a causa de ello. En unos momentos será demasiado tarde y ya seré otro. Dígamelo, diga que me ama, antes de que un hombre en esta calle se me acerque y, dándome una palmada en el hombro, me dé un nombre que me alejará de usted.

Le veo reticente, escéptico. ¿Debe creer lo que le digo? ¿Debe creerme por amistad, o porque está convencido de que le digo la verdad? ¿Soy el único que le dice la verdad? Le hago esta pregunta: ¿qué le dicen sus otros amigos? ¿Son sus amigos? ¿Es posible que también se muevan de una persona a otra, pero nunca se atrevieron a confesárselo? ¿Podría ser, incluso – usted lo piensa, lo sé y le llena de miedo -, que usted mismo no es mi amigo? Sí, todo es posible. Puede ser que un día alguien se acercase de usted y le nombrase como a un amigo que, por casualidad, pertenecía al círculo de amigos del hombre al que yo estaba usurpando el cuerpo. Si es así, ¿es usted mi amigo? ¿De dónde es usted? ¿Se acuerda su pasado, su pasado real, no el que se reconstruyó gracias a la información proporcionada por los demás? ¿Quién le dio su identidad? ¿Es también sólida, real como usted piensa? ¿Quién de nosotros vaga de un cuerpo a otro, cuál de nosotros es realmente el amigo del otro?

Hace dos meses, aquí en esta esquina de la calle, cerca de esas carreteras bulliciosas, donde cada día miles de personas andan en varias direcciones, usted se acercó a mí dándome una palmada en el hombro mientras yo hablaba con otra persona, y me dijo: “Amigo, ¿qué haces aquí?". Me di la vuelta y usted me abrazó. Desde entonces, me convertí en su amigo. Y de inmediato hice caso omiso de la persona a la que hablaba, ella había perdido todo significado para mí. Antes de eso, yo no existía para usted, y usted no existía para mí. Me ha amado antes incluso de haberme visto; después de mencionar mi nombre, me enseñó a quererle.

Lo que importa ahora es nuestra amistad. Muéstreme su amor, no para el amigo de la infancia que soy en su percepción y que nunca fui, pero para lo que soy realmente: esa multitud de personajes de los cuales represento una sola persona que usted llamó a la vida al decir mi nombre. La vida que llevo ahora, se la debo; usted me la ofreció; usted ahora tiene que aceptarla en toda su inexplicable extensión. Usted tiene que decirme: "Sí, lo quiero, usted es mi amigo, aunque no lo sea como yo pensaba o lo hubiese querido." Dígamelo. Sólo entonces seré su amigo, amigo verdadero, amigo auténtico, sincero, sin máscara, amigo que le habló sin desconfianza, superando la vergüenza y soportando el riesgo de que no le creyese, y le prometo que seguiré siendo su amigo el mayor tiempo que pueda.